viernes, 18 de abril de 2008

La pena de muerte


Hace unos días leyendo un periódico me entere de que el Tribunal Supremo de EE.UU. ha determinado que la pena de muerte por inyección letal no es inhumana.

Esta decisión judicial con un total de siete votos a favor y dos en contra, ha dictaminado que el riesgo de sufrimiento vinculado a este método, utilizado en la casi totalidad de las ejecuciones en EE.UU., no entra dentro de los “castigos crueles y poco habituales”.

Normalmente en las inyecciones letales a reos condenados a muerte se administran tres compuestos o sustancias químicas. La primera es pentotal sódico, un somnífero intenso que deja inconsciente al condenado, la segunda es bromuro de pancuronio, un potente relajante muscular que paraliza todos los músculos, excepto el corazón. Y el tercer compuesto químico es cloruro potasico que paraliza el corazón.

Si la primera sustancia química es malamente administrada, las dos inyecciones siguientes provocan parálisis, asfixia y dolor que puede durar hasta media hora, como han atestiguado varios estudios médicos.

Normalmente y si las sustancias químicas se han administrado correctamente el reo pierde el conocimiento y en poco minutos muere.

Por otro lado, de los cincuenta estados que hay en los EE.UU., treinta y seis estados restauraron la pena de muerte en 1977.

Mi opinión personal acerca de la pena de muerte implantada en diversos países es que es anticonstitucional, antidemocrática y atenta contra la libertad de la persona. Eso por no decir que también atenta contra la ley de Dios. La libertad que cada persona tiene, no significa que la emplee para que se declare juez, jurado y verdugo sobre la vida de su prójimo. Nadie, absolutamente nadie puede, ni debe atentar contra la vida de otra persona. La vida es un don sagrado dado por Dios gratuitamente y sólo a él le corresponde nuestra vida.